lunes, 3 de octubre de 2016

Twitter y las madres arrepentidas

Un hashtag, una nota sobre un libro que escribió una mujer que entrevista a mujeres que se arrepienten de haber tenido hijos. La escritora no tiene hijos.
Otra nota, de una periodista que escribió su tesis sobre el rol de la maternidad blabla entre las mujeres actuales (de Argentina). Pienso en la rigurosidad y los datos duros que se necesitan para una tesis de posgrado científico y me río entre dientes de las humanidades.  La periodista tampoco tiene hijos.
Me estoy peleando desde ayer (?) contra los molinos de viento de sus tuits. No me van a escuchar  y van a entender lo que ellas quieran. Lo que yo quiero decirles a los gritos es que la maternidad te cambia la manera de pensar, que si ellas tuvieran hijos quizás pensarían de manera distinta a la que describen en sus libros,  a las mujeres madres arrepentidas que se han esforzado en encontrar para poder llenar páginas.
Lo loco de todo esto es que  yo quedo como la loca, la que está tapada de hijos y convertida en una sombra de sí misma pero defiendo a muerte mi lugar.

En Twitter como en la vida no se puede dar toda la información previa, el contexto que rodea a cada pensamiento de manera que los demás vean lo mismo que una. Yo no quería tener hijos, pensaba para qué arruinarle la vida a alguien más. Cómo me voy a ocupar de ellos, con quién los voy a dejar. Eso lo repito en todos mis cuentos y en todos mis posts. Pero la parte que nunca describo es qué me llevó a decidirme a tener hijos. Fue la necesidad y la curiosidad de saber cómo era sentir ese amor tan inmenso que no podía imaginar. Aunque dudaba de mi capacidad para sentirlo.  También me estaba empezando a sentir incómoda de ocuparme sólo de mí misma. Aunque estaba en pareja y muy bien, había  un lugar disponible para dar amor total a un ser nuevo.  Veía a las madres como mujeres más maduras y esforzadas, que daban más a todos a su alrededor. Esas mujeres me dieron fuerzas para animarme a ser madre.
Pero antes de eso, en 1991 conocí a  la primera mujer que no tenía hijos por decisión propia. Estaba casada, ella era grado 5 de la Facultad de Ciencias, Cátedra de Biología Celular. El esposo era grado 5 de la Cátedra de Biofísica.  Los admiraba como a seres celestiales y a la vez me parecían unos alienígenas por sus logros y su dedicación. Ella nos dijo a las chicas, yo me quería dedicar a estudiar biología del desarrollo y sentía que no iba a tener tiempo para dedicarme a tener hijos. Yo jamás había escuchado un mensaje así. No me escandalizó. Me paralizó la fuerza de decisión de esa mujer. Ella nos estaba tratando de dar su mensaje feminista y a mí me quedó muy grabado,  porque yo había sido hija de dos padres incapaces de dedicarse a mí por motivos mucho menos esplendorosos que la investigación científica. Mi mayor terror para el futuro era tener hijos y no poder darles el amor y el tiempo que necesitaban.
Cuando empecé a trabajar en un laboratorio con guardería pensé que había encontrado la solución, el equilibrio y que todo iba a funcionar bien, como le pasaba a mis compañeras de trabajo. Pero después nació mi primer hijo con síndrome de Down y el resto ya está escrito en varios cuentos. No pude soltarme de él, me dediqué cada segundo, porque quería. Y pasé de pensar en tener dos hijos hipotéticos a tener cuatro para compensar.
Lo de compensar un hijo discapacitado con varios hermanos quizás también tiene sus detractoras en alguna otra socióloga o escritora sin hijos que necesita justificar sus decisiones para que no le rompan más las bolas, debería buscar si existe un libro así. Podría escribirlo con una identidad ficticia. Lo voy a pensar