Cuando se miraron a través de la mesa de reuniones, a contraluz, fue apenas un segundo que las unió en el deseo: el de Alina, por saber cómo sería tener aquella calma al hablar y aquella voz cantarina y esos pómulos redondos, y el de Silvia, quien también cayó en la trampa de la vanidad por conocer los secretos de la envidia que generaba en esa mujer tan flaca y rubia de aspecto juvenil, que ya no era una nena.